Han pasado 11 años desde que la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) publicó un número de su Revista científica y técnica dedicado al terrorismo biológico, que llevaba por título «Desastres biológicos de origen animal: papel y preparación de los servicios de sanidad animal y salud pública». Entre otros aspectos destacados, en aquel número se hacía un repaso histórico del uso de agentes biológicos generales, se definían las amenazas existentes a la sazón, se caracterizaban las capacidades y herramientas disponibles para conjurarlas y se formulaban una serie de requisitos o recomendaciones de preparación para afrontar el mudable panorama que parecía anunciarse para los veinte años subsiguientes. Desde aquel número de 2006, muchas cosas han cambiado en nuestro mundo. Aunque aún subsisten muchos de los problemas de entonces vinculados al uso de agentes biológicos, otros nuevos han surgido. El mundo ha conocido un incremento de los disturbios sociales y las guerras, lo que ha provocado una mayor inseguridad alimentaria y el desplazamiento de poblaciones enteras lejos de su tierra natal. Hemos asistido a una «explosión» de patógenos emergentes que causan afecciones de creciente gravedad (brote de enfermedad por el virus del Ebola en África Occidental en 2014; brote de enfermedad por el virus Zika en las Américas y el Caribe en 2015), a un incremento de las resistencias a los antimicrobianos y a progresos tecnológicos que nos capacitan para producir más fácilmente, por ingeniería genética, agentes (armas) biológicos.